Me bañé y llevé
a mi hija donde una amiguita. Mientras esperaba que nos dejaran pasar al
condominio, me di cuenta que tenía tres video-llamadas perdidas de mi amiga del
alma Patirula, que vive en Miami.
Me puse
contentísima de escucharla cuando pude hablar con ella, pero perdimos la
conexión y no fue hasta que llegué a casa que pude retomar la llamada.
Conversamos un
ratito, reconectamos con el video, y tras una breve pausa me dijo que debía
darme malas noticias. Muy malas.
En sólo unos
segundos pensé que una enfermedad terrible la aquejaba, en que algo podía estar
sucediendo en su casa, en alguna muy mala pasada que no quiso contarme antes.
Pero su cara
denotaba que no se trataba de ella... Pensé entonces en Sandy.
“¿Sandy?”, le
pregunté.
“Se nos fue
Sandy, amiga”, me respondió.
Sandy era
nuestra amiga adorada. Éramos las tres amigas, de esas que cuesta encontrar,
esas que comparten el mismo sentido del humor, de las que lloran con uno, las
que alivianan la carga solo con verte a la cara.
Pati y Sandy
habían llegado a Costa Rica con sus familias desde Venezuela y vivieron aquí
más de siete años hasta que por distintas circunstancias se fueron a Miami y
Venezuela respectivamente.
Poco tiempo
después de regresar de haber regresado a Venezuela, me enteré que Sandy tenía
cáncer. Un tipo muy extraño de tan desgraciada enfermedad que no estaba dándole
tregua. Nos mantuvimos en contacto, hablamos y chateamos unas cuantas veces,
pero conforme pasaba el tiempo era cada vez más difícil comunicarnos.
Pati y Sandy
vivieron aquí en Costa Rica, en el mismo residencial que yo. Fue a través de
nuestros hijos que creció nuestra relación. Dejamos de ser vecinas, para
convertirnos en confidentes, cómplices y amigas de corazón.
Las tardes de
verano estaban acompañadas siempre por un café en el parquecito del condominio,
las de invierno por uno en cualquiera de las tres casas, sin mucho planearlo,
en la confianza y espontaneidad que llegamos a adquirir con tan pocas personas
en esta vida.
“¿Y que más
amiga?”, me preguntaba siempre Sandy con una sonrisa tan inmensa como su
corazón. Fueron aquellos años muy difíciles para mí emocionalmente hablando, de
muchas pérdidas y tropezones, pero ahí estaban Sandy y Pati, siempre
sosteniéndome.
Sandy era ‘petite’.
Si salíamos me amenazaba dulcemente que no podía usar tacones porque iba a
tener que hablarme viendo hacia arriba todo el tiempo...
Tenía unas
manitas diminutas y temblorosas que yo solía tomar entre mis manos y le decía
que eran de niña. Siempre se reía porque la molestaba de que era como era
bajita y yo tan alta podía llevármela de llaverito... Y cuando nos abrazábamos
le decía que era mi amiga “chiquita”. Y nos abrazábamos muy fuerte. Y no con
todas las amigas puede uno demostrar afecto físico, pero con Sandy se podía.
Varias veces
pude maquillarla y esos inmensos ojos celestes se topaban con los míos y era
como ver el cielo. Con Sandy tuve conversaciones tan trascendentales sobre
porqué estábamos aquí, porque nos pasaban las cosas, porque nada era mera
coincidencia.
Nuestras hijas
se amaron, y cuando ya no quisieron ser más amiguitas, a ambas nos dolió
tantísimo, pero a pesar de las diferencias y los desencuentros, prevaleció
nuestra amistad y pudimos enmendar lo sucedido. Porque eso hacen las amigas
cuando el amor es genuino. Se arreglan y siguen adelante.
¿Cuándo
empezamos a morirnos? ¿Cuándo empiezan a faltar las personas con quienes
construimos tantas conversaciones, experiencias y anécdotas? Y en el imaginario
de quien parte, ¿también se va un pedacito nuestro? Yo me pregunto si Sandy se
llevó los mismos recuerdos que hoy están pasando atropellados por mi cabeza y
mi pecho.
Hoy mi corazón
está partido en dos. La última vez que chateamos fue para diciembre. En febrero
le mandé una tarjetita por el Día de la Amistad, pero no me contestó. Hasta hoy
me enteré que ya tenía varios meses de estar malita, que el maldito cáncer la
había tomado completa.
Tenía
muchísimos meses de no llorar. Los anti-depresivos me “suprimen” las emociones
de cierta manera. No he podido parar de llorar desde que conversé con Pati.
Sandy nos deja un enorme vacío. Se fue y quedan su alma gemela, Carlos, y sus
tres tesoros Eric, Adam y Jessica.
Aquí la
recordaremos por su bondad, su don de gentes, su risa contagiosa, su inmensos
ojos celestes, su impresionante habilidad para sortear los cambios y enfrentar
las dificultades.
Te querré por
siempre, mi amiga chiquita.
Esther Lev
Schtirbu
Comunicadora&Bloguera
Fotógrafa&Maquillista
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Fabulosos 30+
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