En los últimos siete años desde que falleció mi papá
he tenido que cerrar varios capítulos de mi vida incluyendo su partida, el
distanciarme por diversas razones de personas que formaron parte importante de
mi infancia y primera juventud, y tristemente afrontar la muerte de mi mamá
hace apenas seis meses.
Cuando alguien muere el duelo es duro, durísimo, pero
algo intrínseco en nuestra genética nos hace comprender que esa persona se ha
ido físicamente y que debemos resignarnos con firmeza. En mi caso he tratado de
asumirlo poniendo mi mejor cara, aunque confieso que muchas veces siento que
estoy toda quebrada por dentro...Desde que perdí a mis padres, he aprendido que
los escenarios pueden cambiar de la noche a la mañana, sin que podamos hacer
mucho al respecto.
Pero cuando debemos terminar una relación estando con
vida, suele ser bastante más complicado. Nos enfrentamos a emociones que
quisiéramos contener, en lugares donde no nos gustaría coincidir y en
situaciones que preferiríamos evitar...En lo personal mi proceso de 'poner
distancia', solía ser abrumador y desgastante, pero he tenido que aprender a la
fuerza. Me apachurraba, aferrándome a los buenos recuerdos y me costaba
entender las 'señales' de mi contraparte.
Cuando alguien que ha ocupado un espacio de tu
historia se aleja sin razón aparente y al preguntar si sucede algo sólo recibís
evasivas, cuando las llamadas, mensajes e intentos de suscitar encuentros
corren prácticamente en una sola dirección, cuando dejan de mostrar afinidad
con tus logros, pero sobre todo con tus alegrías y tristezas, entonces es el
momento de dejar ir. Las palabras y acciones adquieren diversos significados y
dimensiones que nos rehusamos aceptar, pero cuando lo hacemos, aunque sea un
baldazo de agua fría, finalmente entendemos el contexto.
Dejar ir es un proceso.
Soy algo ingenua, por no querer auto castigarme y
decir que puedo ser bastante idiota. Mi hermana Irene me lo ha dicho siempre,
con el amor que sólo una hermana mayor te dice las cosas. Solemos sujetarnos de
falsas realidades, generamos expectativas sin contenido y cerramos los ojos
para evitar tener que aceptar verdad y la verdad se pasea en la mayoría de los
casos ante nuestros propios ojos. La decepción es un trago muy amargo que en
ocasiones no queremos digerir.
Y es que sin importar las diferencias, los horarios y
las responsabilidades, cuando el cariño por nuestros seres queridos, familia o
amigos es sincero sabremos siempre cómo tratarlos y hacerlos parte de nuestra
vida. Porque eso no implica tener que verse o llamarse todos los días, pero sí demostrarles
que ocupan un espacio en nuestro corazón y que son parte de nuestros
pensamientos. Y si de afecto se trata, a esta edad las relaciones se construyen
con la transparencia y la madurez de los años.
Quienes realmente te quieren serán sinceros y muchas
veces te ubicarán en la realidad, pero nunca se tomarán el derecho de faltarte
el respeto, levantarte la vos o lastimarte con palabras que no tienen otro
objetivo más que herirte. Entonces cuando llega ese momento donde abiertamente
se han sobrepasado los límites, es hora de empacar los buenos recuerdos y
experiencias juntos, guardar en la bodega mental lo que aprendimos uno del otro
y seguir adelante…
Dejar ir es sano.
Nos da una perspectiva distinta de en quien realmente
vale la pena depositar nuestro cariño y tiempo, cuando por estar tratando de
rescatar algo que ya llegó a su fecha de caducidad, nos olvidamos de darle
atención a aquellos que realmente lo aprecian y agradecen. Y es justo y
necesario hacerlo en el momento indicado, porque la buena energía e intención
son primordiales para asumir con grandeza la vida misma, sus retos, sus desafíos.
Y nadie debe restarte buena energía e intención.
La gente cambia, transmuta, crece o lamentablemente se
encoge, pero siempre forma parte de nuestra memoria individual, nos dejan mucho
para recordar y también nos develan porqué queremos o no seguir a su lado. Y en
el acto de ‘dejar ir’ siempre mágicamente se nos presentan nuevas oportunidades
de ‘dejar pasar’. Personas, oportunidades y situaciones que nos habíamos restringido
de permitir entrar en nuestra vida.
Porque la vida se va armando de ecuaciones inexactas
que nos quiebran la cabeza, pero de resultados que aparecen en el momento
preciso, cuando menos lo esperamos.
Mis más sinceros respetos para todos aquellos quienes
con valentía abogaron desde el corazón por salvar en algún momento una
relación, para los que han sido genuinos con sus actos, para los se han sentido
tristes al reconocer la verdad, pero con diplomacia acierto e inteligencia han
cerrado un capítulo en sus vidas.
Para los que han aprendido a dejar ir.
La mejor de las suertes.
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Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
/ Fotógrafa
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