Muchos,
muchos años atrás siendo una adolescente decidí que necesitaba hacer algo
'radical' con mi vida. Era un manojo de complejos
y la estaba pasando realmente mal. En el periódico vi el anuncio de un concurso de modelaje y pensé que gracias a mi altura de
1.73 mts. -nada despreciables- podría pasar la prueba de selección.
Entonces
1993.
A pesar
de haberme vestido algo 'gótica-punk'
para la clasificación -sí, aún recuerdo con vergüenza mi atuendo compuesto por
un horrípido vestido minifalda de tirantes y paletones de tela escocesa, panties negras
gruesas y zapatos de plataforma estilo Frankenstein-, me escogieron para
participar en el concurso. Con otras diez chicas de diferentes partes del país nos aventuramos en la tercera edición del certamen
patrocinado justamente por la revista Perfil.
Fue en resumen una experiencia
insuperable, que en mi caso particular me abrió los ojos y me hizo darme cuenta
que en efecto no era el 'patito feo' de la secundaria.
Pero la
mayor ganancia de aquel concurso fue aprender a confiar
en mí y nunca perder la perspectiva,
la humildad y la espontaneidad. Conservar los pies bien pegaditos a la tierra,
ya sea que uno se convierta en el máximo exponente de la belleza nacional o
aspirante a la corona española, ya sea que uno llegue a amasar fortunas astronómicas o tan sólo se gane el bingo de la asociación geriátrica...
Pues
volviendo al modelaje y demás, desde entonces -a pesar de contar con un
presupuesto muy limitado en mi primera juventud- he sido una fanática con todo
lo relacionado con el diseño de modas, joyería y
accesorios. Más allá de las marcas, amor puro por el arte de crear y confeccionar.
Hace
unos meses mi más querida compinche de aquel especial concurso me invitó a una
actividad en el marco de la semana de la moda en mi país. Ese día me peiné con esmero, me maquillé con calma y me di a la tarea de
escoger muy bien mi atuendo.
Sabía
que era una actividad informal, que culminaría con un desfile -al cual no
estábamos planeando asistir- y decidí entonces vestirme 'casual'. Unos jeans
ajustados con un estampado ‘modernoso’,
una blusa negra de hombros al aire, unos lindos aretes, pulsera y anillo de
dimensiones interesantes -fui árbol de Navidad en mi vida pasada porque adoro adornarme- y unos tacones infernales que en cuanto
me los puse dispararon un principio de
migraña.
Tengo
un closet, llamémoslo, ecléctico. Igual
me da comprar en el supermercado que en el centro comercial, en una tienda de
diseñador, que en un pequeño mercadito al aire libre. Si algo me gusta lo compro, sin importar si es diseño local,
'made in China' o elegantemente francés.
Me lo
pongo porque me hace sentir cómoda y contenta, y porque si algo aprendí de mi
mamá, es que el estilo no va ligado a la etiqueta
de la prenda. En primera instancia es inherente a la persona, quien es como una
"percha". Poco importa lo que tiene puesto, si es de marca o no, mientras
lo lleve con audacia, originalidad y gracia.
Me
sentía en efecto muy elegante y distinguida para
la ocasión y así fui a encontrarme con mi amiga en el lugar previsto. Llegamos
a la exhibición y recorrimos el salón muy complacidas con la amplísima variedad de diseñadores y artistas nacionales
de gran talento. Después de un rato de caminar por aquí y por allá, justo
cuando nos disponíamos a irnos, pasamos por un recinto donde un grupo de distinguidísimas señoras conversaban
amenamente y tomaban vino.
Entonces
mientras estoy apreciando unas piezas de orfebrería siento una mirada que se posa sobre mí y me incomoda. Me examina
mientras sostiene su copa. Yo trato de evadirla, le doy la espalda, pero su energía es intensa. Me doy vuelta y trato de
interceptarla cara a cara, pero de hecho no se fija en mi semblante ni una
sola vez.
Me
observa, sin fijar su vista en mis ojos,
del torso hacia abajo detenidamente, me va clasificando
por partes, con una mueca de desaprobación y una ceja levantada, mientras bebe
su tinto, como si yo fuera un bicho de museo de ciencias
naturales...
Continúa
'escanéandome' cual fotocopiadora de
última generación, de abajo hacia arriba y viceversa, casi como tomando nota de cada pieza en mi vestuario. Y me
sigue mientras yo me muevo, torciendo su cuello
cual escena de 'El Exorcista'. Cuando por descuido me mira de frente y decido enviarle de regreso mi mejor cara de huevo frito, se voltea para analizar a mi amiga,
quien no se ha dado cuenta aún.
Entonces
tengo una loca fantasía donde le
grito a todo pulmón:
-¡Míreme a la cara señora! ¡Mire que lindos ojitos tengo, verdes y expresivos, vea no más
que bien me he maquillado hoy! ¡Mire que bien luzco sobre estos malévolos tacones y que postura sofisticada tengo! ¿No le
parece señora que sería un poco indecoroso
que yo aquí mismo me quite la ropa y los zapatos para usted salga de tanta angustia y pueda ver las etiquetas, y mejor aún, las
tallas también?
-¡Míreme a la cara señora! ¿Es realmente importante para
que usted sea realmente feliz que yo le cuente si compro en temporada de rebajas o directamente en la Quinta Avenida de Nueva York? Yo he podido darme cuenta
lo guapa que luce usted sin subir o bajar ni una sola vez mi mirada. ¿Por qué
no se presenta señora y así nos conocemos y conversamos
un ratito de la vida?
Y
entonces regreso al planeta Tierra después de mascullar mi venganza mental y recuerdo que esta misma situación
no es la primera vez que me pasa, ni será la última.
Me sucede todo el tiempo en
diferentes contextos, tan variados como un cumpleaños infantil, el supermercado
e incluso en el gimnasio.
Tristemente
un considerable número de personas se enfocan en lo más superfluo de sus pares,
sin tomarse la molestia de indagar en la materia prima,
en lo que está debajo de esas ropas y adornos, más aún debajo de la piel...Y
aunque estemos literalmente en un desfile de modas, la altanería no es necesaria
ni obligatoria.
Como le
digo todo el tiempo a mis hijos: miren siempre a las personas a
los ojos, y no se fijen en los zapatos. La arrogancia no es más
que el reflejo de individuos que no tienen interés de aportar nada
positivo o enriquecedor para el Universo.
Y todo
esto a su vez es el espejo de una sociedad
que lamentablemente cada vez le da más valor a lo material,
como si una vestimenta, un automóvil o la marca de cualquier cosa (¡sí, son
sólo cosas!) le otorgaran un precio o valor a nuestra identidad
o nos proporcionara una posición en la risible escala de
la 'clases sociales'...
Con ver
a una persona de frente podemos descubrir grandes
sorpresas, sin importar su forma de vestir, dónde vive o cómo
se transporta. Vayamos más allá de lo visible para descubrir la verdadera esencia de quienes nos rodean.
El buen gusto no se compra y no
tiene marca.
¡Au
revoir!
Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
/ Fotógrafa
www.losfabulosos30mas.blogspot.com
FB: Los
Fabulosos 30+
Hola Esther, soy el papá de Matías Mora, excompañerito de Ian en la escuela. He sido lector anónimo de tu blog por algunos meses, y en todos ellos siempre se encuentra un profundo mensaje tiznado con una excelente redacción amena y entretenida. Sin embargo, considero que éste último escrito "Míreme a la cara señora" por mucho es una cátedra de valores. Gracias por darle palabras a sentimientos y pensamientos que he tenido durante mucho tiempo y que son expresados sincera y llanamente...Un abrazo cordial.
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