Me encanta observar a la gente; en una fiesta, un
restaurante, la playa, de paseo. Me parece increíble que todos seamos tan
distintos y sin embargo tan iguales. Aquí y ahora todos estamos por alguna
razón, creando vínculos y poniendo distancias todo el tiempo. Pero hoy no estoy
existencialista. Hoy hago un llamado a las sonrisas.
Me considero una persona alegre y por naturaleza
sonriente. Puedo ser la reina del drama en mi casa y con los de mi confianza,
pero en general trato de reírme un poquito de todo y sonrío en paleta. Le
sonrío a todos por igual, y esto a pesar de haber llevado ortodoncia hasta hace
muy poco. Orgullosa y elegantemente mostraba mi sonrisa metalizada y
reflectiva.
No obstante, he notado que la gente no me sonríe de
vuelta y he empezado a pensar que hay un virus o una gripe de amargura crónica
o que muchas personas olvidaron el manual o kit
de los buenos modales en su último viaje de compras.... He aquí una situación,
digamos hipotética, para sustentar mi teoría.
Digamos que conozco a una señora (ita) en el gimnasio.
No sé su nombre, pero conversamos cuando nos vemos en clases. Somos amables una
con la otra. Hasta allí todo bien. Casualmente me encuentro a esta misma persona
un par de días más tarde en un cumpleaños de niños. Le sonrío y saludo
amistosamente con cara de “¡Mirá que coincidencia!”. No solo no me saluda, me
quita la mirada y ni siquiera me sonríe en un gesto de "A vos te conozco
pero me voy a hacer la loca..."
Yo ingenua pienso, "Claro, no me reconoce porque
al gimnasio voy fachosa y con cara de sueño y ya maquillada, peinada, con
anteojos y con vestimenta de civil, soy otra persona..." ¿A quién engaño?
Esta tipa mal educada se está haciendo la “ciega-sordo-muda” para evitar cruzar
dos mesitas del salón de fiestas y unos cuantos globos que nos separan y
retribuir mi saludo.
Se me ha borrado la sonrisa.
Ahora tengo cara de circunstancia y estoy que me
lleva...el tren. ¿Qué pasa con la gente en estos días, porqué ya no sonríen,
porque ya no saludan? Yo veo frenada mi espontaneidad cada vez con más
frecuencia. Conozco mucha gente, por el trabajo, el colegio, la universidad, la
fotografía, la vida en general. Soy un caso perdido para retener nombres y
apellidos, pero ¿una cara? Una cara nunca se me olvida aunque me sea difícil
ponerla en contexto. ¡Cara conocida, sonrisa segura!
Situaciones similares me suceden todo el tiempo con
gente que me conoce de siempre, desde que soy una niña. ¡Medalla olímpica a la
falta absoluta de buenos modales! ¡Vivan la arrogancia y la insolencia! ¡VIVA! (…y
luego se cuestionan que pasa con los niños y adolescentes de hoy en día.)
No soy un billete de cien dólares, ni una pera en
almíbar para caerle bien a todo el mundo. Si me la hacen, respondo. Tengo mi
carácter y más de un “conflicto pasivo” con algunas personas que andan por
allí, directa o indirectamente. Me tienen sin cuidado. Sin embargo lo que me
preocupa es la gente que conozco y con quienes creo no tener ningún dilema y aun
así son completamente mal educados, incapaces de sonreír, decir ¡Hola!, ser
amables.
Me ha pasado tantas veces esta misma situación, que
cansada de sentirme como 'la buenaza', mi voluntad de ser cortés ya no es la
misma. Me pregunto nuevamente: ¿Qué pasa? Sé que la vida va a mil por hora, el
trabajo, los niños, el súper, el compromiso, bla-bla-bla... ¿Cuánto tiempo, cuánto tiempo real, con cronómetro, nos toma
sonreír?
Conozco tanta gente cuyas vidas podrían catalogarse
como perfectas y aun así siempre caminan con cara de mal de panza, de oclusión
intestinal, de que algo que huele muy feo se les cruzó en su camino. Y tantas
otras que a pesar de las enormes adversidades y necesidades siempre tienen una
sonrisa pintada. Qué contradicción, ¿no creen?
Así que hoy yo voto porque sonriamos más, que hagamos
el esfuerzo desde el corazón, aunque vayamos de prisa, creamos que somos hijos
directos de Dios o tengamos los dientes torcidos. Todos somos terrícolas, todos
estamos compuestos de lo mismo y al final de nuestros días terminaremos
impresos en una foto.
Ser amable toma tan poco tiempo y puede hacer una
gran, enorme diferencia. Un conocido proverbio dice algo como "una sonrisa
cuesta menos que la electricidad y da más luz". Yo seguiré sonriendo al
desconocido, al que recién conocí, al guarda, a la cajera del banco y sin duda
a quienes conozco de toda una vida, a mis amigos del alma y a mi adorada
familia.
Seguiré pasando de rara por ser alegre, tener modales
y saludar. Señoras y señores, ¡yo estoy vacunada contra esa horrípida
gripe! Y a los que decidieron ser mal
educados, engreídos, arrogantes y un tanto amargados: ¡Aquí les mando una
brillante, extensa, vibrante y genuina gran sonrisa!
¡Salud!
Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora / Fotógrafa
www.losfabulosos30mas.blogspot.com
No se como llegué pero me gustó lo que escribiste y me sentí identificada. Vaya para tí una gran sonrisa!!!
ResponderBorrar