Ayer fuimos a la playa por el día, así sin mucho
planearlo. Nos tomó más de la cuenta llegar y ya para entonces las nubes grises
se asomaban en el cielo anunciando lluvia.
Somos una familia playera. Vamos por el día y
disfrutamos hasta el último rayito de sol. Es tanto nuestro amor por el mar que
cuando pasan muchos días sin escucharlo nuestros hijos nos reclaman.
Cuando llegamos ayer a instalarnos sobre la arena la
playa estaba a reventar de gente. Disfrutamos de la mañana, los niños jugaron a
más no poder y fuimos a almorzar. Decidimos regresar un rato más para ver el
atardecer y a la media hora empezó a llover. Primero parecía una garúa y diez
minutos después era un baldazo cerrado.
El mar había estado picado toda la mañana, y en cuanto
empezó a llover se convirtió en una piscina infinita. Cambió de color,
pareciéndose más a una manta pintada en acuarelas en todos los tonos de azul,
gris y turquesa. Las nubes amenazantes se ceñían sobre nosotros, pero a la
derecha se asomaban unos poderosos rayos del sol.
Mi marido no pudo ante la tentación de nadar y cuando
avanzaba mar adentro asomaron la cabeza dos inmensas tortugas. Estuvo muy cerca
de ellas y salieron nuevamente varias veces. Yo asumí que nos estaban
saludando. Llovía a cántaros, los niños gritaban de alegría, hacíamos piruetas
sobre la arena, entrábamos y salíamos del mar. Éramos muy pocos los que
quedábamos allí, disfrutando de ese espectáculo de la naturaleza, de su fuerza
transformadora, de su capacidad de reconectarnos con lo que nos hace
inmensamente felices, y no nos cuesta nada.
Estuvimos más de una hora saboreando de aquel chorro
de bendiciones. Se nos empaparon los maletines y todo lo que llevábamos dentro,
pero cuando nos secamos y llegamos al carro, los chiquitos no dejaban de
repetir lo bien que lo habían pasado, que había sido "lo máximo" ver
a las tortugas y jugar tanto rato bajo la lluvia.
La vida nos manda decenas de bendiciones que pasamos
por alto. Nos muestra el poder de algo muy superior a nosotros en
manifestaciones como un aguacero cerrado, la visita de unas tortugas, las
carcajadas de nuestros hijos bajo la lluvia. Muchas veces creemos que la
felicidad se encuentra en las cosas cuando en realidad sólo se encuentra en las
experiencias y en la belleza de lo simple y puro de la naturaleza.
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Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
/ Fotógrafa
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