No cuesta nada. Es completamente gratis y sólo implica
buena voluntad y pone a funcionar el "motor del amor", como me gusta
llamarlo.
Decirse cositas.
Todo el tiempo. Con intención y sentimiento. Decirse
cositas sugerentes, empalagosas, divertidas junto a una caricia, un beso a
medias, el roce de una mano que parece intencionalmente perdida...Decir eso que
al otro hace poner nervioso, lo que nos arranca una risita espontánea, lo que
nos deja todo el día a la expectativa.
Para los expresivos decirse cositas todo el tiempo.
Para los más cautelosos no olvidarse de insinuarlas o decirlas en secreto. Para
todos demostrar su amor con palabras que alborotan las mariposas de la panza,
que revitalizan y devuelven la ilusión y el buen humor.
Con el pasar del tiempo las relaciones de largo plazo
suelen caer en lo habitual. Nos habituamos y lidiamos con la rutina, los
enredos de la casa, las cuentas y facturas por pagar, con decidir quién recoge
a los niños o quién pasa al súper.
Dejamos de susurrarnos al oído, de mirarnos y
escucharnos con detenimiento, de piropear lo que el otro anda puesto, de
rozarnos suavemente sólo para recordar que aquí estamos. Olvidamos que mantener
la chispita encendida es mantener el deseo latente, es reivindicar nuestro
compromiso de ser pareja, dupla, amantes y no convertirnos en una empresa de
amigos que comparten una cama y un montón de responsabilidades.
Aquí en esta casa nos decimos cositas. Casi dieciocho
años después de haber empezado de novios, mi marido y yo seguimos hablando
nuestro propio, único e irreverente idioma. Un lenguaje sacado de una película
de locos, que aún hoy nos hace reír como niños.
Y también practicamos la magia
de lo tácito. Ese de miradas con doble sentido, de pellizquitos debajo de la
mesa, de vestirse como al otro más le gusta, de sonrisas pícaras. Nos mantiene
vivos, pero sobre todo alimenta nuestro amor y el curso de este viaje que hemos
emprendido como pareja.
Así que este año que apenas comienza propónganse
decirse cositas. Invéntense un código secreto, díganse dulces apodos, revivan
la ilusión y regeneren el deseo.
La vida corre de prisa. A algunos les presta muchos
años, a otros se los lleva de un soplo, sin preaviso. A partir de ahora
demostremos nuestro amor abiertamente, con determinación y entrega para que
cuando llegue el momento de despedirnos sepamos que lo hemos hecho intensa y
apasionadamente.
Sin importar su edad, y la longevidad de su relación,
inventen desde ya su propio y loco idioma y díganse muchas cositas, lo que
sienten cada vez que lo sientan.
Hoy, mañana y siempre.
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Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
/ Fotógrafa
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