Las había estado
esperando ansiosamente después de tres meses de muchísimo trabajo, llevarme el
susto de mi vida cuando mi marido tuvo un accidente de tránsito espantoso a principios
de diciembre y estar los últimos quince días del mes sin Keka, la chica que me
ayuda con todo lo de la casa y es mi mano derecha. Era el reflejo de muchas
horas frente a la computadora y noches de mal dormir. Mis ojeras se
fundían con las líneas de expresión que corren a los costados de la boca,
propiciando un aspecto de permanente cansancio, tenía marcado el entrecejo y mi
piel había adquirido un 'envidiable' tono verduzco. Me sentía emocional y
físicamente agotada.
Después de un largo
viaje finalmente llegamos a nuestro anhelado destino y decidimos alistarnos para ir a la piscina y aprovechar la tarde. Tan sólo
un año atrás habíamos estado para las mismas fechas, en el mismo hotel, en una habitación
idéntica y nunca me había incomodado verme al espejo. Sin embargo esta vez me
sentí súbitamente amenazada por aquel tríptico estratégicamente colocado para
destruir la más sólida de las autoestimas. Ahora la imagen de
enfrente me mostraba partes de mi figura que no suelo ver en la rutina diaria y
que no me generaban mayor problema hasta entonces. En nuestro vestidor tenemos
un espejo mediano en el que me veo de lejos y sin mucho detalle. Aquí podía
observarme de lado y de espaldas simultáneamente y no me estaba gustando.
No me estaba
gustando nada.
Soy una mujer
delgada y alta. He sido delgada desde niña, lo saben quienes me conocen desde
hace años. Hice ballet toda mi infancia y adolescencia y no he dejado de hacer
ejercicio salvo en contadas ocasiones. Había mantenido una figura con la que me
sentía cómoda y feliz. Hasta ahora. Allí estaba yo, muy
cerca de cruzar los cuarenta, observando el resultado de la implacable falta de
interés, cuando tan sólo un año atrás había tenido un cuerpo atlético y un
derrière sincronizado. Después de mi último embarazo hace siete años y con el
cual aumenté veinte sonoros kilos, empecé a nadar y a practicar yoga en serio,
alcanzando metas deportivas y llevando mi cuerpo y mente donde nunca pensé
podría llegar.
Tenía una condición
física y una constancia que me hacían sentir muy orgullosa.
Pero la imagen que
ahora veía me mostraba unas nalgas caídas y perezosas, una silueta con pésima
postura, una mujer que aparentaba más, mucho más que treinta y ocho años. Era
la personificación de la desidia absoluta, la desmotivación hecha persona. Me
había convertido en una flaca floja y tenía francas intensiones de llorar a
moco tendido sobre el lavatorio. ¿En qué momento mi
cerebro le había mandado a mi cuerpo un mensaje erróneo y distorsionado de
acumular grasa y provisiones en lugares que no estaban previstos para tal
efecto, como si yo fuera una osa polar en proceso de hibernar? No quería salir
de la habitación, me sentía furiosa, defraudada conmigo misma, muy poco
fabulosa.
Justo entonces pasa
mi hijo para ponerse la pantaloneta, me aprieta todo lo que encuentra alrededor
del ombligo con amor y determinación, y con la sinceridad que caracteriza a los
niños, me dice:
- ¡Mami, que panza
tan fofa!
Desvío mi atención
hacia mi centro e intento recordar la última vez que hice abdominales. Me he
quedado estancada con la excusa de que me pesa la cabeza, que me duele la
espalda, que la separación natural de mis músculos, que aquí, que allá, que bla-bla-bla…
A pesar de todo sigo aferrándome al bikini y pongo en práctica diversas
estrategias para esconder mis bondadosas formas y contener la respiración sin
ponerme color berenjena. En temporada de playa, sol y arena he aprendido
a
sonreír con la más fingida naturalidad del mundo y poner cara de “aquí
no pasa
nada”. Y si se trata de fotos tengo amplia experiencia. Me siento de
pierna cruzada, me arreglo el sombrero, me acomodo los gordos y el traje
de baño y dirijo -por no decir exijo- a mi
marido para que repita el
ejercicio de hacer 'click' 103 veces. Pero cuando me entrega el teléfono
acabo enviando 102 fotos a la papelera de
reciclaje, para editar la única publicable en Facebook del torso hacia
arriba…
De regreso frente al espejo vuelvo a pensar: ¿En qué momento me habían 'crecido' rollos en la
espalda, debajo de las axilas y en la entrepierna? ¿En qué momento había
descuidado y postergado mi físico y salud, sin percatarme que el retorno sería
sin duda difícil y doloroso? Porque no sólo estaba estéticamente dejada, tenía
varios meses de sentirme ponchada, fatigada, mareada, desganada y honestamente muy
mal del corazón. Sabía que la falta de ejercicio no le hacía nada bien a mi
cardiopatía, a mi humor y a mi salud mental.
Era muy poco feliz.
Meses atrás había
sido contratada para dar una asesoría en comunicación que terminó extendiéndose
por seis meses. Paralelamente mi afiliación al gimnasio se venció y decidí que
haría ejercicio por mi cuenta. Empecé relativamente bien, levantándome temprano
y cumpliendo mi plan, pero conforme pasaron los meses encontraba nuevas excusas
para dormir un poco más y posponer mi hora de natación, la rutina de yoga, la
caminata matutina… Sabía que estaba
haciendo mal, muy mal las cosas, pero tenía mi mente fijada en cumplir con mi
trabajo y con todo el resto de las responsabilidades como esposa, madre y
profesional. Llegaron precipitadamente las vacaciones y no podía arreglar lo
que había descuidado por tantos meses en cinco minutos. Allí frente a la
malévola composición de espejos, veía con desprecio mi barriga, mis nuevos
rollos y acumulaciones.
A un minuto de
echarme a llorar, respiré profundamente y me propuse un objetivo claro y
retador…En seis meses, para las próximas vacaciones de playa, me habré librado
de las reservas de invierno, recuperaré la posición y forma de mi rebelde abdomen,
la alegría de mi derrière, la firmeza de mis muslos, la fortaleza de mis
brazos, la buena postura y mi estropeada autoestima. Me he propuesto
entrar por la puerta grande a los cuarenta, ya no voy a ser una flaca fofa, floja
y descuidada. ¡Me verán caminar más rápido que Speedy González por las calles
del barrio, haré abdominales aunque me cuelgue la cabeza y me duela el coxis,
sentadillas hasta que me sea imposible sentarme, practicaré boxeo, natación,
yoga, hiking, zumba y cha-cha-cha!
Que este nuevo año
nos llene y contagie de buenas energías y claros objetivos. Que aprendamos a
comer rico y saludable, que practiquemos ejercicio en honesto agradecimiento a
la vida, que no dejemos que ninguna excusa, trabajo o responsabilidad nos quite
lo más preciado que tenemos; la salud y la integridad de nuestro cuerpo, alma y
mente.
Yo ya dibujé mi
meta. ¿Quién se apunta conmigo?
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Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
/ Fotógrafa
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