NO PASA NADA

Soy obsesiva. Bueno, en recuperación. Fui muy, muy obsesiva de niña y adolescente; el orden, la limpieza, el aspecto físico, la seguridad personal. Era la manera de tener bajo control por lo menos algunos aspectos de mi vida dentro de un contexto particularmente difícil y jodido al divorciarse mis papás.

Tuve muy poquitas cosas materiales. Juguetes, ropa, zapatos, eso que estaba de moda y nos gustaba a todos. Siempre digo que a mi me tocó la etapa de "vacas flacas" en mi casa. Sin embargo, pude aplicar desde muy chiquita el tan sabio refrán "si te dan limones, has limonada", así que con lo que tenía me las ingeniaba y no me imposibilitaba ser feliz.

Sin embargo era demasiado cuidadosa de cada una de mis pertenencias. Si algo se dañaba, se quebraba, raspaba o dejaba de funcionar se me acababa el mundo...Guardaba con recelo mis bienes más preciados y de chiquita protegía a mis tres muñecas como si tuvieran vida propia.

Recuerdo que para salir de mi cuarto revisaba diez veces que las puertas del armario y las gavetas estuvieran bien cerradas y debía tocarlas la misma cantidad de veces; sin duda calificaba para el Trastorno Obsesivo Compulsivo, cuando todavía no se hablaba de eso como hoy día.

Tenía miedo. Tenía miedo del futuro, tenía miedo de quedarme sola, tenía miedo que mi mamá muriera de repente, tenía miedo de decirle a mi papá que necesitaba o me faltaba algo. Supongo que ante esos temores me convertí en la persona desafiante y algo arriesgada que soy hoy, pero tuve que enfrentarme por muchos años a los fantasmas y las obsesiones que arrastraba de niña.

Desde hace varios meses empecé a tomar anti-depresivos. Una intensa crisis familiar desencadenó una tormenta de situaciones que me hicieron caer en un calabozo. Estaba profundamente triste, desganada, irritable. No lograba levantar cabeza. Tras varios meses de estar tomando mi medicamento, cerrar capítulos y re establecer prioridades, soy nuevamente la Esther que tanto extrañaba.

Pero si hay algo que me tiene fascinada con este proceso de recuperación no es solo la energía que tengo, el que duermo como un bebé, el que he vuelto a reírme a carcajadas, o las ganas de hacer tantas cosas que más bien tengo que ponerme freno de mano. Algo mágico ha sucedido desde que llegó a mi vida la "happy pill"... 

Ya no soy obsesiva compulsiva. De repente me dejaron de importar el desorden y el que haya cosas fuera de su lugar. 

Mi hija decidió convertir su cuarto en algo parecido a un restaurante: bajó del ático la cocinita y el mueble que hace de refrigerador, todos los platitos, vasitos, ollasP y cuanta cosa se les ocurra. Tiene a todas las muñecas expuestas porque son sus comensales y arma unas producciones gastronómicas de lujo. Por supuesto su cuarto ya no se ve como "de revista"...

En cualquier otro momento de mi vida le hubiera dicho que de ninguna manera podía poner patas arriba su habitación. Le habría exigido que todo estuviera guardado y en perfecto orden. Habría restringido su imaginación y los pocos años que aún le quedan para ser niña. 

Hoy por la mañana revisé sus gavetas, su closet y el mueble que hace de refrigerador: ¡un total desmadre! ¿Pero saben qué? 

¡No pasa nada!

Por supuesto que cada cierto tiempo mando a mis criaturas a hacer orden, pero ya no me pongo de mal humor si hay algo fuera de lugar. No me importa que mi casa no sea de revista, que mi sala tenga pelos de mis perritas, que la cocina esté rayada o que mi carro esté lleno de golpes o pase dos meses sin lavarse. 

Ya no me quita la paz tener visitas y que la casa esté desordenada, que haya polvo en las lámparas o que el día que me estreno unos zapatos siempre dejo el tacón o la punta pegados en los adoquines del patio. Ya dejó de interesarme que mis hijos parezcan modelos de Benetton cuando van a una fiesta o que me salga una espinilla en la punta de la nariz. 

Por tantos años le di mucha -demasiada- importancia a cuidar las cosas materiales, a querer que todo luciera perfecto, a sentir que me ahogaba cuando algo no funcionaba o no era como yo lo había imaginado. 

Ahora vivo más tranquila, más relajada, indudablemente más despreocupada y feliz. Las paredes de mi casa no están tan limpias como querría, los muebles ya denotan sus años de uso, mis camisetas favoritas tienen "chanchitos" ¡y no las dejo de usar ni a palos!

Ya no me enojo porque no puedo tener todo bajo control. Ya no quiero. La vida me ha enseñado que es tan efímero nuestro paso por este mundo que un poco de caos y desorden es lo que nos recuerda justamente que estamos vivos.

♥️Esther

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