LA GENÉTICA DEL AMOR

Hace unos días atrás, estaba tomándome una cerveza y leyendo una revista en una banca de sol de un precioso hotel, con motivo de la celebración de nuestro duodécimo aniversario de feliz matrimonio, y repentinamente, de la nada, tuve un cuestionamiento...

Miraba a mi marido, mientras también leía una revista, sin que se diera cuenta, y no dejaba de asombrarme que allí estábamos los dos, celebrando muy enamorados un año más de casados y a pocos días de cumplir diecisiete de estar juntos. Diecisiete años es una vida entera.

Me pregunté en ese momento si existía algo como la 'genética del amor', que me sacara de dudas de que si esto que llamo 'enamoramiento de largo alcance' tiene un marco teórico, así como las investigaciones Freudianas.

En el mejor intento de pensar como pseudo intelectual, decidí buscar en Google algún artículo o estudio científicamente comprobado que diera una explicación por qué funciona -o no- una pareja a largo plazo. Encontré esto bajo exactamente ese título.

Poco alentador. Así tal cual.

'Genética del Amor

El amor brilla poco en la naturaleza: (¡plop!) sus exponentes más destacados entre los mamíferos son el ser humano y el topillo de la pradera (say what?)(Microtus ochrogaster). Estos roedores son fieles hasta la muerte (¡qué romántico!), colaboran en el cuidado de la prole (ciao machismo) y conviven con sus suegros (¿en serio?), pese a que sus primos de la montaña (Microtus montanus) son infieles (¡cabrones!) y desatentos en extremo (¡irresponsables!). La diferencia clave entre las dos especies de topillos reside en sólo dos genes. (¿sólo dos?) Y las variantes humanas en esos mismos genes reducen a la mitad los casamientos en los hombres (¡ahora entiendo las estadísticas!) y la satisfacción conyugal en sus parejas (¡mierda!).'

Habiendo entendido el contexto de los topillos de la pradera en comparación con la realidad humana, y al no encontrar ninguna otra definición en el ciberespacio que no tuviera que ver estrictamente con 'atracción' o 'deseo sexual' (y que me hiciera sentir satisfecha), llegué a la conclusión que el amor de ‘largo alcance’ y la genética no parecen ser compatibles...

Que ése que miraba una revista panza arriba a mi lado, y quien fuera un perfecto desconocido hace diecisiete años, se había convertido en mi novio y luego en mi marido y que nada 'genéticamente hablando' nos unía antes de ese primer beso. Nada en absoluto. Ni primos quintos, ni viejos romances, ni negocios familiares, ni malas influencias.

Pero que esa empatía que habíamos sentido en un principio había resultado en un amor profundo, apasionado y duradero. De esos primeros besos, de un 'sí acepto', de dos embarazos mágicos y de un par de hijos maravillosos, habíamos construido un ADN de nuestra propia autoría.

Y que de eso que le apostamos al destino llamado matrimonio habíamos generado dos personitas que 'genéticamente hablando' estarían unidas para siempre entre sí y con nosotros. Las parejas somos entes genéticamente incompatibles, dos mundos energéticos tan distintos que colisionan para crear una nueva cadena de vida para la posteridad.

¡Qué responsabilidad tan enorme y sin ser genetistas o nominados al Nobel!

Y entre tanta divagación de repente tuve claridad de pensamiento y un profundo dolor en el corazón. Entendí que más allá del divorcio o el fracaso de mis padres como pareja, de mis reclamos como hija, de las carencias o los excesos, ellos -al igual que mi esposo y yo- también habían sido perfectos desconocidos, apostando por construir un mejor futuro juntos.

En ese momento entendí que a pesar de que mis padres no lo habían logrado como dupla, habían hecho su mejor intento y que de su autoría gestaron cuatro seres humanos que estarían unidos genéticamente para siempre en el tiempo y el espacio, con ellos como progenitores, y entre sí. Y así sucesivamente sus proles, nietos y bisnietos amén.

Allí, mientras terminaba mi cerveza, trataba de pensar como científica intelectual y observaba de reojo a mi maridito, desee intensamente haber tenido la madurez para agradecer en vida a mis padres por la enorme bendición de traerme a este mundo para experimentar y entender -a mi manera- la fuerza infinita que su amor dejó impregnado en mi genética y como se repite y multiplica en mis hijos y espero de igual manera en mis nietos y bisnietos también.

El amor seguirá siendo el más puro de los sentimientos y el más grande de los misterios, sin teoremas científicos que puedan descifrarlo con exactitud. Mientras tanto;

¡Vivan los topillos de la pradera y viva el amor!

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Esther Lev Schtirbu
Comunicadora / Fotógrafa
FB: Los Fabulosos 30+
www.losfabulosos30mas.blogspot.com
losfabulosos30mas@gmail.com

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