Hace unos días le tocó a mi esposo ir a buscar a nuestra
hija a la escuela. Sentado afuera en la banqueta, mientras ojeaba su celular, mi maridito fue testigo de una
conversación que es muy común entre mujeres, pero que parece salida de una
película de horror cuando llega a oídos masculinos.
Los pelos y las emergencias.
Las técnicas depilatorias, las tortuosas rutinas para
deshacerse de los folículos, las
reacciones a la cera y a la luz pulsada, los pelos encarnados, las confesiones
sin tapujos de quién tiene más pelo por aquí y menos pelo por acá...
Sin querer voltear su mirada para no tener que pasar
por la congoja de reconocer a ninguna de las jóvenes madres que parloteaban, al
llegar a casa mi marido estaba en shock de que aquel grupo hablara, sin cinismo
y hasta con pasión, de todo lo que implica estar "hairless" justo
allá, entre las piernas.
Esto de los pelos se ha convertido en un negocio
multimillonario. Depilaciones, láser, 'waxing' y cuantas locuras se le
puedan ocurrir a uno. Todo para darle muerte segura hasta al último pelo. Esos
malditos inquilinos que nos hacen humanas, que nos hacen vulnerables, que
delatan nuestra faceta evolutiva dentro del reino animal.
Para las que somos de la vieja escuela- dícese de
jaboncito, rasuradora, pinzas y tal vez alguna cremita depilatoria- es
igualmente increíble escuchar a las nuevas generaciones hablar del tema.
Ahora allá abajo entran en juego la geometría y la
nacionalidad... Encontramos las depilaciones brasileñas, las rusas y supongo que
las japonesas también... Hay para escoger triangulitos, rombos y hasta corazones...
Todo lo que pudo caber en la cabeza de algún dulce pervertido ahora es una moda
universal que tiene a más de una absolutamente obsesionada con el tema.
A ver, no me mal interpreten. Odio tener bigote o
vello en las axilas, tengo una obsesión con lo poco que me queda de cejas y sin
duda es importante tener el jardín bien podado, pero ¿por qué las mujeres debemos gastar tantas, tantísimas
horas útiles de nuestro paso por este mundo para deshacernos de nuestro vello
corporal, específicamente el que viste nuestras partes pudendas?
¿Por qué debemos sentirnos avergonzadas y hasta amenazadas
de tener lo que Natura nos dio por alguna razón? ¿Por qué tantas deben pasar por emergencias, dolores
inenarrables, posturas que atentan contra la dignidad humana, infecciones,
inflamaciones y encima pagar miles de dólares para quedar como reinas porn o
muñecas inflables?
¡Veinte veces mierda! ¡Yo me niego! Me resisto a que los pinches pelos me
quiten el sueño, la alegría y las ganas de entrepiernarme con mi marido. Sufro
ya lo suficiente con mi cabellera que es cada vez más rala y escasa. ¿Desde cuándo mi sexualidad y erotismo dependen de si me depilé al mejor
estilo brasileño o quise dejarme crecer completito el Amazonas? ¿Desde cuándo para tener una noche apasionada tenemos que pasar por el
departamento de inspecciones? ¿Hasta cuándo nos dejarán de vender tanta tontería para
catalogar nuestra femineidad y seguir dándole carácter de objeto a nuestro
cuerpo?
Cuando escucho directa o indirectamente esas
conversaciones temo por mi hija. Temo de lo que vaya a escuchar, y que al
llegar a la pubertad y desarrollar odie verse al espejo, que sienta asco de lo
que debería ser un proceso tan normal. Temo que más adelante piense que un hombre la va a
querer y desear más o menos si un pelo yace fuera de lugar.
Ya dejémonos de tanta estupidez. El hombre que nos ame
nos querrá así no hayamos podido sin siquiera detenernos a pensar como están
las cosas por allá abajo o vengamos de dejar unas cuantas lágrimas y nuestra
última ración de orgullo en la sala de depilaciones...
Pero ante todo lo más importante de toda esta
exposición de ideas es que nadie, ni nada que tenga que ver con falsos
estándares de belleza, limpieza y sensualidad nos quite una pizca de nuestro
amor propio. Mucho camino hemos recorrido las mujeres para que unos cuantos pelos tergiversen nuestras prioridades.
He dicho.
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Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
/ Fotógrafa
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losfabulosos30mas@gmail.com
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