¿CUÁNDO EMPEZAMOS A MORIR?

Esa mañana de sábado me levanté pasadas las 11:00 am. Había tenido un viernes de mucho trabajo, estaba agotada.

Me bañé y llevé a mi hija donde una amiguita. Mientras esperaba que nos dejaran pasar al condominio, me di cuenta que tenía tres video-llamadas perdidas de mi amiga del alma Patirula, que vive en Miami.

Me puse contentísima de escucharla cuando pude hablar con ella, pero perdimos la conexión y no fue hasta que llegué a casa que pude retomar la llamada.

Conversamos un ratito, reconectamos con el video, y tras una breve pausa me dijo que debía darme malas noticias. Muy malas.

En sólo unos segundos pensé que una enfermedad terrible la aquejaba, en que algo podía estar sucediendo en su casa, en alguna muy mala pasada que no quiso contarme antes.

Pero su cara denotaba que no se trataba de ella... Pensé entonces en Sandy.

“¿Sandy?”, le pregunté.

“Se nos fue Sandy, amiga”, me respondió.

Sandy era nuestra amiga adorada. Éramos las tres amigas, de esas que cuesta encontrar, esas que comparten el mismo sentido del humor, de las que lloran con uno, las que alivianan la carga solo con verte a la cara.

Pati y Sandy habían llegado a Costa Rica con sus familias desde Venezuela y vivieron aquí más de siete años hasta que por distintas circunstancias se fueron a Miami y Venezuela respectivamente.

Poco tiempo después de regresar de haber regresado a Venezuela, me enteré que Sandy tenía cáncer. Un tipo muy extraño de tan desgraciada enfermedad que no estaba dándole tregua. Nos mantuvimos en contacto, hablamos y chateamos unas cuantas veces, pero conforme pasaba el tiempo era cada vez más difícil comunicarnos.

Pati y Sandy vivieron aquí en Costa Rica, en el mismo residencial que yo. Fue a través de nuestros hijos que creció nuestra relación. Dejamos de ser vecinas, para convertirnos en confidentes, cómplices y amigas de corazón.

Las tardes de verano estaban acompañadas siempre por un café en el parquecito del condominio, las de invierno por uno en cualquiera de las tres casas, sin mucho planearlo, en la confianza y espontaneidad que llegamos a adquirir con tan pocas personas en esta vida.

“¿Y que más amiga?”, me preguntaba siempre Sandy con una sonrisa tan inmensa como su corazón. Fueron aquellos años muy difíciles para mí emocionalmente hablando, de muchas pérdidas y tropezones, pero ahí estaban Sandy y Pati, siempre sosteniéndome.

Sandy era ‘petite’. Si salíamos me amenazaba dulcemente que no podía usar tacones porque iba a tener que hablarme viendo hacia arriba todo el tiempo...

Tenía unas manitas diminutas y temblorosas que yo solía tomar entre mis manos y le decía que eran de niña. Siempre se reía porque la molestaba de que era como era bajita y yo tan alta podía llevármela de llaverito... Y cuando nos abrazábamos le decía que era mi amiga “chiquita”. Y nos abrazábamos muy fuerte. Y no con todas las amigas puede uno demostrar afecto físico, pero con Sandy se podía.

Varias veces pude maquillarla y esos inmensos ojos celestes se topaban con los míos y era como ver el cielo. Con Sandy tuve conversaciones tan trascendentales sobre porqué estábamos aquí, porque nos pasaban las cosas, porque nada era mera coincidencia.

Nuestras hijas se amaron, y cuando ya no quisieron ser más amiguitas, a ambas nos dolió tantísimo, pero a pesar de las diferencias y los desencuentros, prevaleció nuestra amistad y pudimos enmendar lo sucedido. Porque eso hacen las amigas cuando el amor es genuino. Se arreglan y siguen adelante.

¿Cuándo empezamos a morirnos? ¿Cuándo empiezan a faltar las personas con quienes construimos tantas conversaciones, experiencias y anécdotas? Y en el imaginario de quien parte, ¿también se va un pedacito nuestro? Yo me pregunto si Sandy se llevó los mismos recuerdos que hoy están pasando atropellados por mi cabeza y mi pecho.

Hoy mi corazón está partido en dos. La última vez que chateamos fue para diciembre. En febrero le mandé una tarjetita por el Día de la Amistad, pero no me contestó. Hasta hoy me enteré que ya tenía varios meses de estar malita, que el maldito cáncer la había tomado completa.

Tenía muchísimos meses de no llorar. Los anti-depresivos me “suprimen” las emociones de cierta manera. No he podido parar de llorar desde que conversé con Pati. Sandy nos deja un enorme vacío. Se fue y quedan su alma gemela, Carlos, y sus tres tesoros Eric, Adam y Jessica.

Aquí la recordaremos por su bondad, su don de gentes, su risa contagiosa, su inmensos ojos celestes, su impresionante habilidad para sortear los cambios y enfrentar las dificultades.

Te querré por siempre, mi amiga chiquita.


Esther Lev Schtirbu
Comunicadora&Bloguera
Fotógrafa&Maquillista


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