Tengo una panza
prominente. Soy alta, larguirucha y deportista, pero mi panza siempre ha sido
llamativa y no precisamente por ser parecida a la de las modelos
brasileñas...Es redondita, sentimental, algo atrevida y en ocasiones
indiscreta. Es un mundo aparte dentro mi cuerpo. Mi panza baila al ritmo de su
propia danza.
Debo confesar
que después de mucho tiempo sin tenerle un aprecio especial, hoy tras dos
hermosos hijos, le manifiesto un gran respeto. Suelo poner la mano sobre ella como
solía hacerlo cuando estaba embarazada, la chineo y la protejo con lociones
humectantes. Es una panza querida y sin duda refleja mi personalidad
espontánea, libre y algo temperamental.
Mi panza. Sus volúmenes
mientras hizo de casita, la forma como se acomoda cuando practico yoga, cuando
nado y me ayuda a flotar, cuando estoy triste y sale para reconfortarme, cuando
entro a un salón lleno de gente y se esconde para hacerme ver más alta y
elegante, cuando descanso y hace de almohadita, cuando me enojo y se pone revuelta
y confusa. Cuando estoy contenta y bien acompañada y se relaja con el sonido de
mi risa...
Pero esta
postura generosa y condescendiente con mi centro no siempre fue así. Después de
haber tenido una panza bastante decente en mi adolescencia, una vez nacidos mis
hijos empecé a preocuparme más de la cuenta por mi figura. Con mi hija engordé
veinte kilos y la piel de mi barriga decidió convertirse en material apto para
hacer maletas. ¡Después de cuatro meses de haber dado a luz aún me dejaban pasar
por la fila preferencial en los bancos y supermercados!
Estaba a
disgusto, no quería verme en paños menores y le decía a mi marido que en cuanto
tuviera el valor 'acabaría con los pellejos' de una vez por todas. Estaba
decidida a someterme al bisturí y borrar las huellas de lo que había dejado mi
embarazo. Fueron muchos meses de mirarme al espejo con absoluto
desprecio...¡Qué absurdas e injustas solemos ser las mujeres con nuestro
cuerpo! ¡Qué crueles e insensatas!
Nos exigimos
tanto y acabamos por desgraciar nuestra vida por alcanzar un físico “ideal”.
Cuando nos casamos debemos vernos cual princesas de historieta, esbeltas y
tonificadas para la luna de miel, empezar los embarazos en el peso ideal, no
pasarnos de los kilitos recomendados durante los nueve meses de gestación y por
arte de magia estar como de quince después de nacida la criatura(s)!
¿Y si todo
"sale mal"? ¿Y si no nos
casamos en la talla ideal, y si nos sobran unos "rollitos" para la
luna de miel, si durante el embarazo parecemos
convertirnos en el domicilio de un Tiranosaurio Rex, las estrías surcan nuestra
piel y el ombligo pierde su forma?
No pasa nada.
No pasa nada.
Las mujeres
y sus panzas pre y post embarazo vienen en tantos tamaños y formas como
una paleta de colores. Algunas más bendecidas por Natura, tienen un vientre
plano y definido, a pesar de los hijos y la edad, otras recurren a la cirugía
plástica para lograr su sueño, la mayoría adquiere calzones, fajas y otros
elementos de tortura para controlar los rollos y curvas peligrosas y las más
seguras de sí mismas se pasean en bikini por la playa con 35 kilos de más…
Cuando
aprendemos a respetar y amar nuestro cuerpo y nos damos cuenta que la panza es
sin duda el reflejo mismo de nuestra vida, un mapa de experiencias y
situaciones, una creación con formas y sensaciones irrepetibles, entonces todo
parece amoldarse y la gente nota un cambio en positivo, nos vemos y sentimos esbeltas, seguras, contentas. Somos capaces de cumplir hazañas deportivas nunca
imaginadas, correr una maratón, lograr posturas de yoga dificilísimas, lucir
impresionantes en un vestido de noche, llegar a la luna en unos jeans apretados
y tacones.
Ya fue
suficiente. No escondamos nuestra panza, no pretendamos ser modelos. Recordemos
que allí, en esa barriga que a muchas tanto molesta se gesta el gran milagro de
la vida misma, albergamos a quienes podrían llegar a cambiar la historia del
Universo y que ya sólo por eso es motivo suficiente para exhibirla en un museo
de arte en Nueva York.
Quitémonos la
camiseta para hacer ejercicios, luzcamos los pliegues y texturas sin censura,
usemos bikini hasta que nos toque ir al asilo, dejémonos de calzones y fajas
medievales que tanto nos torturan y afligen, mirémonos más allá del ombligo,
valoremos nuestra integridad mental, desprendámonos de tanta basura
publicitaria, mentiras y falsa realidades. Dejémonos de tonteras y aprendamos a querernos sin
reparos de una vez por todas.
Bailemos libremente al ritmo de la danza de nuestra panza.
Bailemos libremente al ritmo de la danza de nuestra panza.
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Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
/ Fotógrafa
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