Ya lo había hecho en otras ocasiones, pero pasaron muchos meses desde entonces y honestamente tenía temor de volver a intentarlo. Claras las cosas: la cocina no es mi fuerte, ¡la horneada menos!
Tengo importantes puntos de comparación en mi contra: una suegra que cocina de lujo, una cuñada que tiene un exitoso catering service en Miami y una hermana y prima hermana que se disputan la corona de los postres...
La cocina, en definitivo, no es lo mío...
Sin embargo, desafié mis viejas inseguridades y decidí hacer el intento
aprovechando que mis hijos estaban de vacaciones y creyendo que sería una linda
actividad familiar...
Teníamos todos los ingredientes y empezamos siguiendo la receta. Yo
tenía la ambición de hacer por lo menos cuatro jalot grandes porque tendría
dieciséis invitados, así que era mucha, mucha harina que amasar...
Como la cocina no es lo mío, en mi casa no hay batidora. Aquí hay que
poner a prueba si de algo sirve hacer pesas, todo a la vieja usanza como lo
hacían las bisabuelitas, ¡a pura fuerza y corazón!
Cuando terminábamos de añadir todos los ingredientes necesarios en el
profundo bowl, mi pequeño saltamontes mayor, en muy elegante francés me dijo:
"Ma, esto se ve como una mierda." Así a secas, sin pizca de
misericordia. Y para rematar me recordó que cuando él había hecho pan con mi
suegra, jamás se veía tan mal...
Yo muy acongojada y ponchada le dije que no fuera tan pesimista y como
analogía -las cuales uso todo el tiempo- le respondí:
"Mi amorcito, así es la vida: a veces todo parece una mierda y
estamos embarrados hasta más no poder y después de un tiempo, tras tanto
despelote nos llevamos una grata sorpresa y sale algo mucho más interesante de
lo que esperábamos".
Ante mi proyecto tan poco atractivo -y mis continuas analogías y
comparaciones al caso- mis hijos perdieron el interés y se fueron a jugar con
los vecinitos. Yo me quedé dándole forma a aquel desastre y poco a poco empezó
a tomar otra contextura.
Los ingredientes decidieron ser benévolos conmigo y se adhirieron,
formando una masa uniforme y preciosa. Estaba empapada en sudor y llena de
harina, pero sentía un orgullo inmenso. Así dejé que la masa leudara y por la
noche trencé mis preciosas jalot y las metí a la refri.
La poca experiencia me traicionó y siguieron creciendo en refrigeración.
Cuando fui a hornearlas en viernes por la mañana parecían chiverres... habían
perdido cualquier indicio de trabajo artístico y eran cuatro enormes masas sin
forma. Otra vez.
Sin embargo volví a trenzarlas y ya horneadas quedaron hermosas, algo
chiclosas, ¡pero hermosas! Fue un Shabbat lindísimo, con primos y tíos
queridísimos. Mientras hacíamos la brajá del pan y lo repartía entre los
comensales sentí una enorme satisfacción. Fue una pequeña batalla que gané y
les demostré a mis hijos que a veces aunque todo parezca un desmadre hay que
seguir dándole hasta que las cosas tomen otra forma y color.
No soy religiosa, pero me encantan las tradiciones, las que reúnen a la
familia, las que encierran una mística en su creación, las que nos hacen
cuestionarnos y nos mueven internamente para dejarnos una lección. Una
refrescante lección para empezar el año.
¡Shabbat Shalom!
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Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
/ Fotógrafa
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