LA VISITA


La planeamos con anticipación en nuestra última cita. Ocupa en color rojo un espacio en nuestra agenda y sabemos que no debemos perdérnosla, aunque prefiriéramos irnos a tomar un café con las amigas... Ese día nos bañamos con especial cuidado y rezamos que todo camine sin mayores tropiezos, vergüenzas innecesarias o malas noticias.

La visita al ginecólogo, la anual para hacernos el Papanicolau y chequeo de rutina, no es precisamente una cita romántica. Mi ginecólogo es un caballero. Siempre atento, me recibe de la manera más amable y respetuosa del mundo. Yo lo saludo con cariño, pero desde que entro a su consultorio tengo muy claro que pronto voy a estar como Dios me trajo al mundo frente suyo.

No me hace gracia.

Me pasa a su oficina y elabora una serie de preguntas para actualizar mi expediente, y en ese preciso instante no sé qué carajo sucede conmigo, pero se me desata la lengua y me da un ataque de verborrea crónica. Cualquier tema es bueno para atrasar la incómoda realidad de tener que desnudarme... "Dígame Dr. ¿Y cómo están sus hijos? ¿Qué tal su esposa? ¡Qué horror lo que está pasando en el país! Y usted ¿qué opina?". Los minutos pasan y sé que detrás mío también hay una inmensa fila de mujeres ansiosas esperando por terminar de una vez por todas su reveladora cita.

Finalmente llega el temido silencio que me indica que debo cerrar mi gran bocota y proceder a cambiarme. Me levanto cual resorte y entre resignación y determinación le digo: "Bueno, me voy a cambiar." Entro veloz al baño y nuevamente me pongo en modo de pausa. Examino cual investigador privado cada centímetro cúbico del espacio...que interesantes me resultan las toallitas sanitarias, el desinfectante en gel y la grifería. De repente recuerdo las caras de las mujeres en la sala de espera y procedo veloz a quitarme la ropa...

Cuelgo mis cosas con cuidado, como quien no quiere dejarlas, y busco "la batita" que me indica el doctor. Estas "batitas" color rosa imprudencia deben cubrir todo mi avergonzado cuerpo los dos metros que tengo para desplazarme hasta la silla de la tortura. ¿Porqué las hacen de este color? Me parece más conveniente azul marino o verde militar, algo que tape un poquito más mi inestabilidad emocional en ese momento.

Me pongo la bata rosa, que dicho sea de paso no cubre ni siquiera mis pensamientos, me miro al espejo-“¡pero que mal me he maquillado hoy!”-, me siento 15 años más vieja-porque las luces de TODOS los consultorios médicos son detestables-, y finalmente después de haber respirado profundo, salgo triunfante y rapidito me siento en la silla de examinar. Me "incomodo", porque no hay manera de acomodarse en estos artefactos, subo mis piernas en los estribos, que ya para entonces están moradas por el frío del aire acondicionado y los nervios, y en ese momento pienso en el supermercado...

¿Qué me faltó comprar ayer? ¡Carajo, se me olvidó el pan integral! ¿Todavía quedaba mantequilla? Trato de imaginar mis intimidades como tomates o lechugas y que el doctor es un agricultor que debe examinar sus productos. No es precisamente la descripción de una fantasía sexual. Practico la respiración yoga y esos diez minutos en los que mi ginecólogo debe tomar "la muestra", hacer el ultrasonido de los ovarios y buscar anormalidades en mis pechos se convierten en diez horas... La ida al supermercado más agobiante de la historia!

¿Cómo se sentiría un hombre en esta situación? Mi marido se descompone si debe hacerse un examen de sangre o tomarse la presión. Me pregunta en la noche "¿Y cómo te fue en doctor?" Yo no le respondo y lo miro fijamente con una ceja levantada. Estará esperando que le diga: "¡Fantástico mi vida, no la pude haber pasado mejor!" Comprende la respuesta tácita y cambiamos de tema.

Las mujeres afrontamos estas citas con la misma dignidad y determinación con la que vamos a la sala de partos y recobramos la mesura una vez que nos ponemos de nuevo nuestra ropa, nos arreglamos el peinado, nos calzamos los zapatos y salimos como si nada hubiera pasado para agradecerle al doctor su tiempo y reprogramar la siguiente visita. Y la verdad es que es una situación extraña e incómoda, sea cual sea nuestra edad y aunque vayamos todos los años, que expone y nos enfrenta completamente con nuestra belleza al natural, con los temores, las dudas, la herencia genética...

Pero que ante todo nos da la inmensa bendición y oportunidad de salvar nuestras vidas...

Así que amigas, no se salten sus citas, prográmenlas ordenadamente, no pongan excusas, ¡piensen en el supermercado! Ir al ginecólogo nunca será comparable con un atardecer en la playa o un café en París, pero puede detener oportunamente un cáncer. Este artículo se lo dedico a mi mamá, a mis tías directas y postizas, a mi adorada amiga Marcela Guardia y a todas las mujeres valientes que asumen con gran fortaleza las implicaciones y complicaciones de ser mujer y cuidar su cuerpo y su salud.

Hasta la próxima visita.


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Esther Lev Schtirbu
Comunicadora / Fotógrafa
FB: Los Fabulosos 30+
www.losfabulosos30mas.blogspot.com
losfabulosos30mas@gmail.com


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