Este es un tema difícil de exponer, y en mi caso sumamente enredado. Lo hago porque al igual que yo, conozco muchísimas personas a quienes les ha costado mucho modificar patrones de conducta y poner pausa a una relación, más aún cuando se trata de la familia. Les cuento sobre esta experiencia porque ha cambiado mi percepción sobre las relaciones interpersonales y familiares para siempre, y es tantísimo lo que me ha ayudado que considero egoísta no compartirlo.
Desde que estamos pequeños nos enseñan que uno debe
llevarse bien con todos aquellos que componen nuestro círculo familiar; que la
sangre jala más allá de las diferencias y que hay que insistir en la unión, a
pesar de que juntos y revueltos parezcamos una maraña de cables eléctricos
pelados...
Crecemos pensando que si sucede lo contrario hemos
fracasado como padres, esposos, hijos, hermanos, primos, etc., sin considerar
que las relaciones familiares son lo más complicado que existe justamente por
eso: porque nos vemos en la obligación de tener que lidiar con individuos
diametralmente diferentes a nosotros, con perspectivas, gustos y prioridades
completamente distintas, y además debemos poner siempre nuestra mejor cara...
Todas las familias son disfuncionales. En mayor o
menor grado, pero todas tienes su "pocito", como sabiamente me decía
mi mamá ante mis reclamos de porqué la nuestra era de tal o cuál manera. Desde
hace tiempo pienso que para efectos prácticos las familias son como las
consolas de las heladerías italianas...
Hay diversidad de opciones para escoger, pero se debe
ser cuidadoso porque no todos combinan entre sí. Cuando llego por un gelato
casi que puedo ver a cada uno de los integrantes de mi propio círculo reflejado
en un sabor. Chocolate y avellanas ni regalado con mandarina-limón. Mejor cada
cual con lo suyo y todos contentos.
Desde el principio de esta nueva terapia que les
cuento entendí que a veces, la mejor manera de mantener a la familia más o menos
funcionando, atesorar los buenos e irrepetibles recuerdos, e incluso
demostrarles cuánto les queremos, es teniéndoles lejos. En algunos casos muy
lejos. Y está todo bien.
Para los escépticos, quienes no creen en el tema de
las energías, las almas o las vidas pasadas, tal vez esta exposición de ideas
no tenga ni pies, ni cabeza. Para mí en la primera sesión tuvo todo el sentido.
Lo primero que pude entender desde ese primer encuentro es que a este mundo no
venimos por coincidencia. Escogemos la familia, los padres, los amigos e
incluso la o las parejas con quienes queremos emparentarnos.
En mi caso fui "el gol de media cancha",
pero por alguna extraña razón -que aún debo descifrar- escogí llegar a mi
familia, con todo lo que ya estaban atravesando mis padres y hermanos en aquel
entonces. El divorcio llegó siendo yo una chiquita de cinco años, y la
situación en mi casa cambió de manera radical. Una muy mala separación. Pésima.
De esas de película de horror... A pesar de todo lo que nos amaban, papi y mami
afrontaron muy mal el divorcio y se resguardaron en lo único que en ese momento
les daba seguridad: sus trabajos.
Siendo yo tan pequeña quedé bastante a la deriva y me
convertí en la "bolita de ping-pong" de quienes asumieron de una u
otra manera la obligación de sacarme adelante. Me crié con la sensación y este
peso enorme de que había llegado a mi casa en un muy mal momento... Sentía que
era una carga y por eso -y hasta hace relativamente poco- intentaba agradar a
todos a mi alrededor.
A pesar de todo aquello, recuerdo mi niñez y buena
parte de mi adolescencia como una etapa muy feliz de mi vida. Honestamente no
me parece haber estado muy pendiente o consciente de lo que tenía o lo que me
hacía falta, yo me la pasaba siempre entretenida. Mi carácter alegre e inquieto
me llevó a hacer del humor mi propio escudo protector y tuve amigos
maravillosos en la escuela, el colegio y el barrio que me ayudaron a
sobrellevar mi situación.
Todas las carencias -tanto de atención, como
materiales- vinieron a manifestarse varios años después, siendo una joven
adulta con muchos conflictos, temores y dudas sin resolver, cuando pude
dimensionar cuán profundo había calado en mí el divorcio de mis padres, el
sentirme muchas veces tan sola de chiquita, y en cómo me había afectado la
relación con mi entorno familiar más inmediato, en lo positivo como en lo
negativo.
A este mundo no venimos por coincidencia, ahora
comprendo. Escogemos las personas con las que debemos permanecer cerca o
alejarnos, así como las situaciones y experiencias por las que debemos pasar, y
lo hacemos para aprender una lección que resolvemos en este ciclo terrenal, o
que tristemente le seguimos cargando a nuestra alma en la siguiente vida.
Y así hasta el infinito y más allá...
Yo llegué a Kiko en un momento de profunda tristeza.
Kiko es el tío de mi esposo, un hombre muy sabio, estudioso de la Cábala, las
energías, los chakras y el viaje de las almas, entre muchas cosas más. Llegué a
él algo escéptica y temerosa. No sabía a lo que iba, a pesar de que sólo había
escuchado cosas buenas. Tenía dudas de cómo alguien iba a poder leer mi
energía, de lo que me iba a explicar sobre las almas...
Llegué sintiéndome tan apesadumbrada que no podía
cargar con mi propio cuerpo. Tenía ataques de ansiedad desde hacía varios días
y ya no podía dormir. Me costó subir las gradas hasta su consultorio. Llegué
gris. Así me dijo que estaba. Completamente apagada. Y al principio lloré por
más de una hora sin parar.
Y mientras conversábamos lloró la chiquita de cinco
años que se sentía "bolita de ping-pong" de todos a su alrededor,
lloró la niña un poco más grande acostumbrada al irrespeto, lloró la
adolescente que le faltó de todo a pesar de querer aparentar lo contrario,
lloró la adulta que ya no quería seguir sintiendo tanta rabia, que ya no quería
enojarse y madrear nunca más de esa manera, que quería poder tener paz consigo
misma y poner una pausa a esa situación que tanto daño le hacía.
Lloró mi alma apretujada porque yo seguía
permitiéndome el mismo patrón una y otra y otra vez, sin entender que la
solución era alejarse. Y finalmente tras varias horas de conversar y
desahogarme entendí que debía poner distancia por mucho tiempo. Aunque doliera.
Aunque dudara. Que todo iba a estar bien. Que ya no era más la "bolita de
ping-pong", ni la chiquita permanentemente asustada, ni la adolescente
insegura, ni la adulta que debía agradar a todos a su alrededor.
Que podía tomar distancia y debía hacerlo sin demora
para dejar de causar más daños colaterales a quienes tanto quería, para
salvaguardar la familia que había construido con mi esposo, para que esos hijos
que nos habían escogido a nosotros como sus padres no tuvieran esa referencia
de mi familia y pudieran seguir disfrutando de los buenos momentos, cuando se
dieran de manera natural y sin forzar nada.
Que podía alejarme sin miedo para poder enfocarme en
mis proyectos, proponerme brillar sin miedo o prejuicios de mi pasado, y ante
todo encontrar mi paz interior. Que esto no era un pleito más, como todos los
anteriores, era la mejor manera de protegerme y estaba en todo mi derecho.
Tras una larguísima conversación sobre las almas, y
cómo y porqué se encuentran o desencuentran en este mundo terrenal, pude
entender que la distancia está bien. La distancia en todo el sentido de la
palabra. La física, la emocional ¡e incluso la virtual! Que es justa y
necesaria, que sienta un precedente, trae armonía y orden a nuestras vidas y
establece límites y condiciones. Que es la mejor forma de que cualquier terapia
cause efecto sobre uno.
Kiko no me dio las respuestas, ni me condujo a tomar
decisiones. Me fue haciendo preguntas y me invitó a responderlas así como iban
saliendo de mi corazón. Me explicó por qué hay almas y energías que
literalmente hacen corto circuito, y por qué incluso dentro una familia hay que
poner pausa a las relaciones que a pesar de muchos intentos no parecen
resolverse.
Yo encontré en su guía muchas de las respuestas que
por años tuvieron un signo de interrogación en mi vida. Pude entender sobre
otros conflictos que tanto me dolieron y marcaron, y sobre todo volví a
sintonizarme con mi alma y con los colores que caracterizan mi energía. Me
recordó en quien debo enfocar mi amor e intenciones, y me explicó, con las
sabiduría que sólo dan los años, que el tiempo se encargaría de sanar las
heridas.
A veces tengo días malos. Muy malos. Me duele pensar
que por alguna razón esta fue la historia en la que escogí jugar un papel. Pero
tengo una paz que nunca había sentido antes. Mi esposo no me reconoce y mis
hijos están tranquilos porque yo estoy tranquila. A menudo es en la simplicidad
de los comentarios de los niños donde encontramos importantes respuestas. Sus
almas son más sabias de lo que estimamos.
Aún estoy aprendiendo y me queda mucho camino que
recorrer para entender otros aspectos de mi personalidad y de mi bagaje
familiar. Este es un 'ride' difícil de atravesar, con tragos muy amargos, pero
que trae enormes beneficios y esclarece muchas dudas, esas que no
necesariamente se resuelven con una terapia convencional.
¡Gracias desde el fondo de mi alma querido Kiko por
guiarme en este proceso tan enriquecedor de sanación y reconciliación con mi
pasado para poder encontrar mi paz interior y proyectarme a futuro. No tengo
palabras para agradecer tu honestidad y el poner a mi alcance todo tu
conocimiento!
Muy pronto les estaré contando sobre una charla que
estoy organizando para que conozcan a Kiko y las maravillas de su terapia. Si
quisieran coordinar directamente con él pueden contactarlo al: 8888-4706.
❤️Esther
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Esther
Lev Schtirbu
Comunicadora
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