INCONDICIONAL AMOR PERRUNO

Son las 4:15 de la madrugada. Mi amada perrita Maia falleció hace muy poco, acompañada por mi esposo y por mi, en su colchonchito a orillas de nuestra cama. Suponemos finalmente tuvo un infarto fulminante mientras dormía, cuando ayer antes de medianoche se quedó relativamente tranquila, acostadita después de un deterioro pulmonar y cardíaco vertiginoso que sucedió en menos de 24 horas y que venía gestándose desde hacía dos meses. Ayer a las 11:30 p.m. sabíamos que muy probablemente tendríamos que dormirla por la mañana, pero se nos adelantó.

Tengo el corazón partido. Maia fue parte importantísima de mi vida y quien me conoce bien sabrá lo que amé a ese animalito. Trece años es mucho tiempo y Maia fue mi compañía incondicional en esta prolongada etapa donde pasaron los acontecimientos más importantes y significativos de mi existencia; los últimos años en casa de mi mamá, el comienzo de mi matrimonio, la llegada de mis hijos, la construcción de nuestra casa, la muerte de mis padres.

Era nuestro destino. Los perros y gatos estás escritos en la hoja de vida con la que nos mandan desde arriba a este mundo terrenal, y nos marcan para siempre. Tienen personalidades, gestos y expresiones únicas y vienen a enseñarnos grandes lecciones de amor, fidelidad, alegría y paciencia. Creamos vínculos fuertísimos con ellos, son irremplazables igual que los humanos y van tejiendo nuestra historia, muchas veces sin darnos cuenta. 

Maia fue uno de mis grandes soportes en momentos de profunda tristeza y celebró con nosotros las más inmensas alegrías. Era parte integral de nuestra familia, participaba de todas las actividades, cenas, cumpleaños, celebraciones, paseos. Mi más fiel compañera a la hora de tomar fotos, quien se levantaba conmigo en la madrugada cuando amamantaba a mis hijos, quien me acompañara hasta muy entrada la noche cuando me quedaba trabajando en la computadora. Mis hijos la llamaban su 'hermana mayor'. Ella les amó y cuidó realmente como una hermana mayor.

Trece años atrás, siendo aún soltera, mi mamá y yo decidimos adoptar un perrito para acompañarnos. Mami quería un perrito pequeño, yo soñaba tener un labrador. A sabiendas de que muy probablemente sólo encontraríamos ejemplares criollos, decidimos ir a ver con qué nos topábamos. Me parece que fue ayer que llegábamos al refugio, en la provincia de Heredia y recuerdo la sensación ciertamente abrumadora al ser recibida por cientos de peluditos con caritas de "llévenme a casa". 

Recorrimos el lugar por más de una hora y no parecía que íbamos a encontrar lo que buscábamos. Pero yo estaba tan ilusionada de volver a casa con una mascota que le pedí a mami que miráramos un poquito más. Nos sentamos un rato a descansar dentro de la veterinaria del lugar y de pronto vi una pequeña perrita dorada debajo de una banca, algo asustada. Se la señalé a mami y me levanté para acercarme. Temerosa me olió la mano y le tomé la carita. En ese momento supe que la había encontrado. Sus ojitos 'delineados' y esa expresión de absoluta nobleza que aún conservaba ayer mientras la abrazaba fuertísimo y la arrullaba, diciéndole que todos íbamos a estar bien, tratando de hacer lo más fácil su partida...

A mi mamá le pareció que era patilarga y que tenía una cola desproporcionada. A mi me pareció el más bello cachorro zaguate que jamás hubiera visto. Y se vino con nosotros de escasos tres meses para quedarse trece años a mi lado. Cuando mi esposo me pidió que nos casáramos sin dudarlo dije que sí, pero la condición fue que la novia venía 'acompañada', y que yo aceptaría si él aceptaba a Maia. 

Por dos años durmió en nuestra cama, fue nuestra primera responsabilidad de pareja y cuando quedé embarazada amaba poner su cabecita en mi panza. Maia llenó de besos a mi hijo cuando finalmente llegó a casa después de una semana de estar muy delicado al nacer. Estuvo siempre alerta y vigilante a los pies de su cuna y entre ellos establecieron una relación de profundo afecto y camaradería.

Los perritos viven nuestras tristezas y alegrías, perciben nuestra angustia o emoción, se conmueven cuando lloramos y nos acompañan en silencio cuando sólo necesitamos eso, compañía. Nos protegen, nos llenan de besos, baten colas y ladran de contentera o si perciben peligro, nos 'hablan' con su mirada y sus orejas bailarinas, nos dan el más transparente y absoluto amor perruno. No existe una demostración afectiva tan incondicional entre humanos, ni podrá ser jamás igualada.

Cuando mi hija menor nació cumplió el mismo ritual protector. Al empezar a gatear mi hija la perseguía para arrancarle moños de pelo y verlos flotar al viento. Se dejaba jalar las orejas y la cola con una abnegación total, y nunca, nunca intentó morderla o hacerle daño. Llenó de ladridos y ruido nuestra vida, nos acompañó a la playa, hizo decenas de siestas conmigo, paseó cientos de kilómetros a mi lado en mis caminatas matutinas, corrió y brincó como conejo hasta ya no poder hacerlo, participó encantada de la visita de nuestros invitados y se emocionaba sobremanera cuando llegaban otros niños a jugar a casa.

Y cuando murieron mis padres y en otros momentos muy grises lo único que yo quería era tenerla conmigo y acurrucarnos en la cama en silencio. Porque ella sabía con exactitud cómo me sentía, me dejaba llorar para sólo de vez en cuando darme un chupetazo y quitarme una que otra lágrima y volvía a acurrucarse el tiempo que fuera necesario hasta que yo empezaba a sentirme mejor. Hoy me siento extraña y desubicada de estar tan triste y desconsolada y no tenerla aquí, almohadita de pelos, cerquita a mi lado, abrazarla, apapucharla...

Doy gracias a la vida por haber puesto en mi camino un animalito tan noble y amoroso. Donde estés ahora Mayita, allí algún día nos reencontraremos. Gracias por llenar nuestras vidas con tanta alegría y hermosos recuerdos. Gracias por tu incondicional amor perruno.

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Esther Lev Schtirbu
Comunicadora / Fotógrafa
FB: Los Fabulosos 30+
www.losfabulosos30mas.blogspot.com
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