HOY SOY MORTAL

Mi mamá falleció hace un mes y he tratado de recapitular mis recuerdos y poner en orden mi "disco duro". Ha sido una etapa extraña y confusa, a veces de profunda tristeza, otras de enojo, algunas de sincera culpa. Un cáncer agresivísimo, un muy mal pronóstico. Supe desde la primer llamada de mi hermano que en definitiva ese sería el final. Esperábamos la noticia tarde o temprano, como resultado irremediable de una salud muy deteriorada, pero debo admitir que nos tomó a todos por sorpresa. 


Me enojé mucho conmigo misma cuando entendí, después de la negación, que esta vez la enfermedad sería terminal y que no habría mucho tiempo para resolver los "pendientes". Mi relación con mi mamá los últimos quince años fue complicadísima. Se necesitan dos para bailar tango. Nos fuimos enredando, acortando los medios y temas de conversación, mermando en el tiempo, poniendo distancias que hoy no puedo remendar y que ya no podré recuperar. No pudimos 'hacer las paces', conversar tranquilas, despedirnos como era justo y necesario.

No me gusta hablar de la muerte. Habrá para quienes el tema no les afecta, que lo ven como parte de la vida. A mi me pone incómoda, nerviosa, ansiosa, me da piel de gallina. Ahora que ha pasado el ruido, y puedo pensar con más claridad, empiezo a entender que más allá del enojo, estando mami con vida, lo único que yo deseaba con todo mi corazón era que ella estuviera bien, que se sintiera mejor, poder disfrutar más una de la otra. Empiezo a recordar las facetas de mi mamá que sinceramente apreciaba y que ahora añoro.

 

Hoy por primera siento que soy mortal. No que antes no tuviera claro que mi paso y estadía por este mundo terrenal es tan incierto como el de cualquier otra persona, pero antes me sentía invencible. Con la muerte de mi mamá siento que con ella se pierde sin duda una parte irrecuperable de mi, de todas las imágenes que ella atesoraba en su corazón. 


Con mi mamá se van también las vivencias e historias de sus padres, mis abuelos, el amor y nostalgia con que contaba las anécdotas de sus hermanos, tíos y primos, la vida en Argentina, una buena parte de la familia que sólo conocí por nombres y fotografías. Mis raíces, mi pasado. Un tanto importante de lo que soy yo ahora. Ante su partida se borra para siempre esa esencia de mi en ella, sus memorias y sensaciones de cuando yo fui su bebé, su chiquita, su "compañerita".


Las madres atesoramos todo; cartitas, dibujos, poemas, fotos. 


Mi mamá guardó en las gavetas de su escritorio y mesitas de noche todas las manifestaciones de amor que sus cuatro hijos y ocho nietos le hicimos a lo largo de más de 50 años. En desorden y enredados con recortes de periódicos sobre su exitosa y pujante carrera artística, al ordenar sus cosas encontramos un tesoro que a cada uno conmovió de distintas maneras. Y es que a pesar de todo, siempre tenía cerca los recuerdos que la hacían revivir nuestra infancia, momentos de absoluta y genuina felicidad para ella.


Recuerdo que a pesar de la inconstancia en nuestra relación, el día que mi mamá me veía y nos reconciliábamos se desbordaba en palabras dulces, me decía que estaba preciosa -aunque yo me sintiera como un zapato viejo- y cualquier proyecto que le contaba pensaba emprender le parecía interesantísimo, extraordinario. En sus últimos días de vida le leí algunos artículos y estaba tan orgullosa que aún sin poder hablar fluídamente, me decía todo lo que le gustaba escuchar mis ideas y sentimientos. Así conmigo, así con mis hermanos. Tenía a pesar de sus faltas, la capacidad infinita y absoluta de demostrar amor, de motivarnos, de alentarnos.


Estos días de vacaciones, mientras disfruto intensamente de mi hijos Ian y Julianna, se me hace de a ratos el corazón un puñito y pienso mucho en mi mamá y en como me hubiera gustado robarle al tiempo los años perdidos, que las cosas hubiesen sido diferentes. Este primer mes he estado armando nuestro pasado juntas, queriendo volver a ese momento donde se produjo la ruptura y haberla arreglado con más sabiduría. Habernos permitido hablar, negociar, ceder, perdonar, estar más cerca, más presentes, más anuentes. 

Pocos días después de fallecer mi mamá recibí uno de esos mensajes  por Facebook con los que uno desearía no toparse en esas circunstancias que decía que algo así como "nuestros padres no son eternos, disfrútalos, llámalos, visítalos, invítalos". Quisiera enmendar mis faltas como un tributo a mi mamá y en su nombre convertirme en una mejor versión de lo que ella, sin duda, también hubiese querido saber cómo cambiar en su momento  con respecto a nosotras... 

Algunas veces me parece que va a llamarme, tal y como lo hacía después de unas semanas de estar lejos. Otras se me ocurre que debo alzar el teléfono y 'reportarme' y caigo en cuenta que no. Ya no. Y eso me hace sentir mortal. Sin embargo esta situación más allá de la muerte, me ha hecho replantear mis prioridades ante la vida y la extraña pero encantadora simbiosis que es la historia misma de una madre y sus hijos e hijas. El año terminó de una manera triste, lleno de nebulosas, de íntimos reencuentros con el pasado. 

Este año que empieza me he propuesto celebrar la vida y dejarme estar triste también cuando lo necesito. Ser menos autoexigente. Disfrutar los proyectos que vengan, como vengan, cuando vengan. No apurarme y entender que todo sucede por una buena razón. Bajar la voz, dejar de tratar de tener todo bajo control, ceder,  pelear menos por el desorden, besar y apapuchar más a mi marido e hijos, mucho más, dejar atrás mis expectativas sobre los demás, ser plenamente feliz con lo que soy, con todas las bendiciones que tengo y tantas veces paso por alto.

Tomarme decenas de tazas de café en compañía de mis hermanos, sobrinos, familia y amigos, hacer más ejercicio, bailar hasta no poder más, viajar mucho, dejar de contar las arrugas y manchas en mi cara y recolectar las pecas y lunares como testimonio que suman decenas de días de playa. Vivir lo mejor de la vida. La muerte es un trago amargo difícil de digerir que nos mueve misteriosamente el piso y nos ayuda de cierta manera a organizar nuestra agenda mental, a poner el corazón en donde realmente debe estar, a reconectarnos con nuestras prioridades y posibilidades, a disfrutar de otra manera.

Gracias Ma por enseñarme a seguir mi instinto, a confiar en mi pasión, a tener siempre proyectos y sueños por cumplir. Gracias por enseñarnos a amar con certeza y grandeza. Gracias por mis hermanos. Gracias por hacerme ver que el valor del éxito se mide por la satisfacción personal y no por los números en una cuenta bancaria. A disfrutar del arte y la lectura, a reconocer el talento en todas sus expresiones. Gracias por enseñerme a poner correctamente la mesa, a tener modales, a saber que el buen gusto no se compra ni siquiera en las más finas tiendas, a tener sentido del humor ante todo, a salir de la incertidumbre y jugar nuestro mejor papel. 

Hasta siempre.

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Esther Lev Schtirbu
Comunicadora / Fotógrafa
FB: Los Fabulosos 30+
www.losfabulosos30mas.blogspot.com
losfabulosos30mas@gmail.com

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