Justo
cuando había consolidado una audiencia en Facebook, justo cuando mi
plataforma repuntaba, convirtiéndose en mi principal fuente de trabajo,
justo cuando creía que me había puesto al corte con los Millenials,
llegó Instagram...
No puedo con tanta información.
Verán:
yo soy modelo 1976. Por más que quisiera interiorizar todo lo que veo,
leo y escucho en tiempo récord, mi “procesador” sigue siendo ‘old
fashion’, para que suene muy glamoroso. Hasta que yo entiendo cómo
funciona un nuevo app y logro ponerlo en práctica, ya se cotizan 350
nuevos en la bolsa de Nueva York...
En
este ‘ride’ que estoy viviendo como bloguera estar “detrás del palo”
-como suele sucederme- no está muy bien visto... Y tratar de competir
con otros individuos del universo de las redes sociales es demasiado
desgastante.
Yo
suficiente tengo con tratar de ganarme el sticker de estrellita como
esposa, mamá y profesional, mantenerme vigente, fit y cuerda, como para
además sucumbir ante lo que me exige el mercado.
Porque
el mercado de las redes sociales exige. Y mucho. Exige crear un
“personaje”, más allá de lo que uno es realmente, casi como un “yo
ficticio” que debe cumplir con estándares muy altos y francamente
agotadores.
Tras
haber logrado entender cómo funcionaba el complicado mundo de Mark
Zuckerberg, cuando por razones meramente laborales, tuve que iniciarme
en Instagram, mi ideal de mantenerme fiel a mi esencia se empezó a ver
amenazado...
Al
ser gráfico casi todo el material de Instagram, es imperativo ser
gráfico. Y eso me está costando un mundo. A mi me gusta escribir, se
habrán dado cuenta si están leyendo esta nota. Y amo las fotos, desde el
papel de fotógrafa y maquillista.
Mi
vida es maravillosa, pero no tengo material para compartir con el mundo
todos los días. De hecho si publicara mis fotos del “hoy y ahora” ya
habría perdido los pocos seguidores que tengo en mi cuenta...
Es
entonces cuando me pregunto ¿dónde compro “eso”? Ese combo especial que
tienen otras blogueras o ‘influencers’ -¡odio ese término!- para tener
siempre “historias” que compartir, todos los días, varias veces al día, y
además viéndose siempre perfectas, cada quien en su estilo, ya sea
groncho metalero, yoguini vegano zen o fashion bling-bling...
Yo
soy un desmadre. De veras. No se dejen engañar. Cuando me vean muy
sofisticada en un post, créame, para una foto decente, hubo doscientas
diecisiete, ¡sí 217! que acabaron en ‘delete’.
Y
es que mientras mi dedo índice pasea por la pantalla de mi teléfono
inteligente, y veo las fotos de otros personajes que trabajan en redes
sociales, mi auto imagen se desploma atropelladamente...
¿Cómo
mierda pueden postear un #goodmorning, a primera hora de la mañana,
viéndose cómo si hubieran salido de un spa cinco estrellas, enfundadas
en una bata de seda completamente blanca, en una cama completamente
blanca, acompañadas por un pinche perro maltés, completamente blanco,
una bandeja de madera vintage sobre la cama con un capuchino con espuma
en forma de corazón, unos macaroons apilados a la perfección, una compu
de última generación color champagne y una plantita suculenta para
decorar, mientras miran hacia el horizonte con cara de que durmieron
como princesas y no tienen prisa por hacer nada?
Mi realidad es otra.
Mis
pijamas tienen 15 años y son el ejemplo perfecto de ‘anti-sexy’, las
sábanas de mi cama son verdes, tengo un zaguate negro y mi perro blanco
siempre está sucio, a mi computadora hay que darle tres mecos para que
arranque, me levanto lagañosa, fea y marañosa, las ojeras que dan
calambre, el cuello arrugado como un acordeón, pasa una hora y dos tazas
muy, muy grandes de café hasta que puedo pensar algo congruente, y por
supuesto cuando me pongo en marcha nunca me alcanza el tiempo...
¿Dónde
compran “eso”? Eso que las hace ver siempre frescas como lechugas de
supermercado, a pesar de las variables de la vida y la puta humedad que
caracteriza este país? ¿Dónde venden el plan prepago para quedar siempre
divinas en las fotos y que todos creamos que sus vidas son idóneamente
perfectas?
No
puedo tener un perfil de Instagram que no represente mi realidad,
porque yo no soy un personaje ficticio. Yo soy Esther Lev, tengo 41 años
y me veo de 41 años, a mucha honra. Soy comunicadora, fotógrafa,
maquillista, esposa y mamá de dos criaturas.
Se
me están aflojando los cachetes, tengo papada, manchas y arrugas, la
panza fofosa y el trasero lleno de celulitis. Tomo anti depresivos y
cardioaspirina. Me levanto con cara de pocos amigos, amo con locura y
pasión, tengo muy buen sentido del humor, pero cuando me encachimbo soy
peligrosa; mi vida es perfectamente imperfecta y nadie me prepara
capuchinos con espuma de corazones en mi casa.
Yo
me niego a ser un personaje de Instagram. Me niego a convertirme en una
más del montón de mujeres que trabajan en redes sociales intentando
desesperadamente calzar con una imagen que es insostenible en el tiempo y
el espacio, por más filtros y adornitos que quieran ponerle a una
publicación.
Porque
a todas -irremediablemente- se nos van a caer los proyectos, las
expectativas, las ilusiones, los mofletes, las tetas y el fondillo.
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#instagramisascam
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♥️Esther
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